El director de escuela, el tramoya de la obra

Hoy quiero dirigirme a toda la comunidad educativa pero en especial, quiero hacer un llamado al director de centros educativos.

Los maestros siempre han visto al director del centro como el verdugo, ese que responsablemente siempre busca el esfuerzo y la calidad de todos. Pero al final, saben también quién vela porque ellos tengan todo lo que necesitan para que puedan trabajar y dar lo mejor de sí.

La ADP, a pesar de que somos miembros cotizantes de ella, nos ha visto como el enemigo, un apéndice obligatorio que en ocasiones han atacado como si fuéramos “el patrón”.

Los técnicos saben bien, cuando van a acompañar o supervisar un centro… a quién le piden o le exigen, quién debe responder por todos.

Los directores distritales saben a quién llaman a toda hora para reuniones, para dar o pedir informaciones, para pedir cuentas; ellos saben quién es el responsable por todo lo que tiene que ver con su personal, por su planta física, por sus estudiantes; saben muy bien a quién le aplicaron el látigo cuando algo no funciona en la escuela, saben bien cuando el director tiene que viajar múltiples veces en la semana al distrito, ya sea a llevar facturas, cotizaciones, licencias, informes, entregar o retirar cualquier cosa, asistir a reuniones, participar en todo tipo de actos, etc.

El ministro sabe que, toda esa información que recibe de los distritos y regionales son provistas por el director del centro, sabe que cuando envían comisiones de cualquier índole, quien las recibe es el director, sabe además que mientras ellos están en espacios y condiciones de primera, el director está en el campo de batalla donde verdaderamente se vive en carne propia la batalla por la educación.

Lo que aparentemente nadie sabe es que el director es un ser humano, un ente social, familiar, un individuo que siente y padece como los demás, pero que vive estigmatizado por una comunidad educativa que lo ve como espectro que deambula, dirige, parla y organiza; mas no se detiene nadie, ninguno de ellos a ver si ese ser humano tiene alguna necesidad.

Penosamente, los mismos directores se ven con indiferencia entre ellos, llegando a confundir la vocación, entrega y compromiso que los caracteriza a todos con sumisión y servilismo.

El estigma social y la bifurcación de ser docentes-administrativos, con una atención en la mayoría de los casos, más a lo administrativo que lo docente, ha hecho que el gestor del centro educativo público pierda la noción, creando una nebulosa entre lo que es su deber como responsable de la escuela y su derecho a tener mejores condiciones para realizar su labor y porque no, para obtener una recompensa más digna en función de su gran importancia en el sistema educativo.

Los directores de las escuelas nunca fueron tomados en serio, son vistos como tramoyas de una obra teatral, todos la ven, alaban a sus actores principales (los que están frente al público) pero nadie ve el esfuerzo de quien preparo el escenario, creo las escenografías, preparo las luces y garantizo que la obra quedará bien.

Gobiernos van y vienen, todos teorizan sobre la calidad educativa, que es un mandato constitucional, pero ninguno ha entendido que mientras no se tome en cuenta, mientras no se tome en serio y se valore la persona, el puesto, el aporte, la experiencia, la entrega, el desprendimiento y la pasión irrefutable de cada director, la calidad de la educación dominicana no pasará de ser una quimera; pero mientras el director de escuela no se acepte así mismo como un ente importante de la educación y decida empoderarse, en vez de simplemente quejarse amargamente en silencio ya sea por temor o baja autoestima, está privando al país de la posibilidad de tener esa soñada calidad educativa por la que cada día sufre el director más que cualquier otro miembro de este complejo sistema educativo.

“No puedes navegar por nuevos horizontes hasta que tengas el coraje de perder la vista de la orilla”  William Faulker


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