Por: Carlos Manuel Francisco
La violencia, el agotamiento docente y la burocracia están convirtiendo a las escuelas públicas en escenarios de resistencia más que de aprendizaje.
Las escuelas públicas de la República Dominicana se han convertido, en muchos casos, en escenarios donde la enseñanza ha pasado a un segundo plano. En lugar de centrarse en la docencia, los maestros y equipos de gestión deben asumir el papel de guardianes del orden, árbitros de conflictos y mediadores de una violencia escolar que amenaza con normalizarse.
Según el V Estudio Anual 2025 de la Asociación Nacional de Directores de Centros Educativos (ASONADEDI-RD), el 42% de los centros educativos sufrió algún tipo de violencia durante el año escolar, y un 2.29% de estos casos fue catalogado como grave. El estudio también revela que el 14.19% de las escuelas reportó incidentes violentos entre estudiantes y personal docente o administrativo, mientras que el 8.44% indicó haber detectado la presencia de bandas o pandillas dentro del entorno escolar.
Aunque estas cifras podrían parecer extraídas de una película de terror, son una radiografía fiel de la realidad nacional. Más alarmante aún, el 19.44% de los directores encuestados afirmó que su escuela fue víctima de robo o vandalismo; un 10% recibió denuncias de acoso sexual contra estudiantes, y un 23.30% reportó casos de embarazos en menores de edad, lo que nos hace preocupar pues estas cifras no son publicadas por las autoridades.
El aula como trinchera
En este contexto, las escuelas dominicanas no solo enfrentan la violencia, sino una batalla interna más profunda: la de sus educadores. Los maestros deben atender aulas con grupos de hasta 50 o más estudiantes, cada uno con realidades, ritmos y necesidades distintas. A ello se suma la presión de cumplir con el calendario escolar, mantener la disciplina, registrar calificaciones y planificar bajo el modelo por competencias o cualquiera que le indique la sede, las cuales son variadas muy frecuentemente, todo en entornos frecuentemente carentes de recursos, apoyo familiar y ventilación.
La educación por competencias demanda más tiempo para planificar, evaluar y retroalimentar. Sin embargo, los docentes asumen tareas adicionales, tales como supervisar recreos y almuerzos, llenar registros interminables y elaborar reportes administrativos; sin asistencia técnica ni personal auxiliar. A pesar de esto, deben guardar una pequeña sonrisa y, aun cansados, son los que cada mañana saludan con una sonrisa a sus estudiantes.
Coordinadores y orientadores: entre la vocación y el agotamiento
Los coordinadores pedagógicos, encargados de acompañar y guiar a los maestros, también enfrentan una carga desmedida. Deben supervisar múltiples docentes, llenar formularios, elaborar planes y responder exigencias administrativas cada vez más demandantes, pero sin el tiempo ni los recursos necesarios. En muchos casos, carecen incluso de personal de apoyo para la digitación de documentos.
Por su parte, orientadores y psicólogos, quienes deberían ser el sostén emocional de la comunidad escolar, se han transformado en gestores de conflictos sin herramientas suficientes. Deben mediar en disputas, llenar fichas interminables y citar familias agotadas que, a menudo, no responden a las llamadas de la escuela. En lugar de prevenir, se ven obligados a reaccionar ante un sistema que les exige resultados inmediatos sin garantizar condiciones mínimamente adecuadas.
El director: líder, gestor y sobreviviente
Ser director de una en la República Dominicana se ha convertido en un desafío titánico, del cual muchos desconocen que decenas de hombres y mujeres sucumben por el enorme peso sobre sus hombros. Estos líderes deben responder a las demandas del Ministerio, los distritos y regionales, las comunidades y los docentes, mientras lidian con una sobrecarga administrativa que los convierte en prisioneros de la burocracia, encerrados entre las paredes de la escuela. Muchos sufren consecuencias psicosomáticas del estrés, otros sufren depresión, tienen problemas familiares, incluso, enfermedades mentales y muerte producto de un sistema que prioriza “evidencias” documentales por encima de la verdadera calidad educativa.
El estudio citado indica que el 61.23% de los directores debe cubrir con su propio salario gastos de la escuela, como materiales, reparaciones o servicios, debido a demoras o insuficiencias en la asignación de fondos descentralizados, incluso, muchos se ven obligados a endeudarse. La vocación se sostiene a fuerza de sacrificio personal, en un entorno donde el reconocimiento es escaso y la presión constante.
Más allá de las cifras: una urgencia nacional
Históricamente, el sistema educativo dominicano parece concentrar sus esfuerzos en lo superficial, mucha prensa y fotos, mientras descuida lo esencial: la motivación y bienestar del personal del centro educativo. Para revertir esta realidad, se requiere invertir directamente en el aula, donde se construye el aprendizaje, y fortalecer las condiciones humanas y materiales que lo hacen posible.
Urge incrementar y mejorar la infraestructura escolar, que deje de ser un almacén de muchachos sin comedores, abanicos o aire acondicionado, bibliotecas, cocinas, canchas y pistas, laboratorios y baños adecuados y se convierta en el espacio que propicie el deseo de aprender; se requiere aumentar la cantidad de maestros para reducir el número de estudiantes por aula; crear un banco de sustitutos que garantice continuidad cuando un docente esté ausente; y contratar más orientadores, encargados de mantenimiento, conserjes, porteros y personal de apoyo que permitan liberar a los directores de la carga administrativa para concentrarse en lo pedagógico.
También se necesita incorporar trabajadores sociales que den seguimiento a los casos de ausentismo y policías escolares que velen por la seguridad del entorno educativo. Solo así las escuelas dejarán de ser un campo de batalla y volverán a ser lo que siempre debieron ser: espacios de aprendizaje, valores, convivencia y talleres de amor y esperanza para las familias y la sociedad dominicana.
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